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Desde la perspectiva de los pa
Desde la perspectiva de los países emergentes, es claro que las políticas y los problemas del leukotriene Mundo, unidos a los de orden nacional, crean una situación keynesiana de insuficiencia de la demanda que se refleja en el descenso de los ritmos de crecimiento de sus economías –China, India, Brasil, Rusia, Sudáfrica, Turquía–, que no hace mucho constituían el segundo foco en importancia de la prosperidad internacional. En los hechos, los vínculos de interdependencia de la propia globalización, amplifican los efectos depresivos de esos fenómenos sobre el intercambio y tornan más arduo encontrar soluciones cooperativas.
Esas realidades explican la multiplicación de convenios bilaterales y las dos más importantes iniciativas norteamericanas recientes. La Asociación Transpacífica (Transpacific Partnership), abarca a más de doce países, incluido Japón, pero excluye China, en un régimen de libre comercio de tercera generación con supresión de regulaciones nacionales –algunas adecuadas– y con incorporación de temas no incluidos a otros acuerdos –inversiones, propiedad intelectual, normas laborales, medio ambiente–. La segunda iniciativa se refiere a la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (Transatlantic Trade and Investment Partnership) entre Estados Unidos y la Unión Europea que pretende suprimir las barreras no arancelarias en servicios, armonizar normas regulatorias, intercambiar concesiones comerciales y rejuvenecer el peso económico de Occidente.
Al igual que en el caso de la corrección fiscal, avanza el ajuste de las balanzas de pagos del Primer Mundo (véase el cuadro 3). Estados Unidos han reducido su brecha externa de 4.9% (2008) a 2.7% del producto (2012), abandonando gradualmente el papel de importador de última instancia del mundo. La Unión Europea ha pasado del déficit excepcional de 97 miles de millones de dólares en 2008 a un superávit 227 miles de millones en 2012, principalmente de Alemania. Japón no ha dejado de registrar cifras positivas en sus saldos externos y con audacia devaluatoria busca reavivar su vocación exportadora. Como puede inferirse, las naciones industrializadas emprenden políticas directas o indirectas de fomento exportador o de limitación de importaciones, inclusive recurriendo a devaluaciones –internas o externas–, a nucleosomes la reducción del ritmo de desarrollo o a políticas sustitutivas a fin de balancear sus cuentas con el exterior, aunque ello reste impulso al comercio abierto del mundo. Se trata de recuperar terreno perdido, no sólo en el intercambio, sino en la generación de los excedentes mundiales del ahorro.
Panorama general y conclusiones
Lo dicho hasta aquí se refleja nítidamente en las cifras del cuadro 4. El periodo 1950–1973 es una época de auge económico donde confluyen aspiraciones democráticas, ideales igualitarios y paradigmas económicos que preconizan empleo pleno y desarrollo, como prelaciones fundamentales. Entonces el mundo creció a una tasa cercana a 5% anual, con Europa a poca distancia, Japón al ritmo inusitado de 9%, Estados Unidos casi a 4% y México sobre 6%. Después el desarrollo y el empleo, decaen y la distribución del ingreso en vez de igualarse se concentra. Entre 1973 y 2012, las tasas de crecimiento del mundo se comprimen 35%, con respecto a 1950–1973, las de Estados Unidos 33%, las de Europa o Japón más de 70% y las de México 44%. El persistente ascenso principalmente de China no alcanza a compensar la pérdida del impulso económico del mundo.
Esas cifras captan tendencias poco favorables de la economía universal, marcadas por el agotamiento del creditismo y de las exportaciones como paradigmas del crecimiento. Hoy, es notoria la repetida aparición de inestabilidades, la proliferación de intereses encontrados, así como la distribución sesgada de los beneficios del comercio. La inferencia parece inescapable, la libertad de mercados, como se le ha concebido hasta ahora, no hace desaparecer las crisis periódicas y produce resultados inferiores en términos de bienestar a los del paradigma internacional anterior, si se exceptúa otra vez el caso de China y de pocos países más. A pesar de ello, sin nostalgia, cabría admitir que la historia no es reversible. De aquí en adelante convendría concebir y emprender transformaciones paradigmáticas que recuperen las viejas prelaciones del empleo y la democracia, pero ahora, a escala necesariamente universal. De lo contrario, habría que reconstruir anacrónicamente las fronteras nacionales, esto es, emprender un regreso imposible en la historia.